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Fracasé viajando sola



Hace un mes me compré un billete para irme sola de viaje. Soy extrovertida, me gusta mi propia compañía y mi monólogo interior suele ser entretenido y agotador, por lo que viajar sola no me supuso un reto. 


Sin embargo, resistirme a la disponibilidad constante de pescaíto frito, eso sí fue un desafío.


Películas como “Come, reza, ama” nos han hecho creer que los viajes en solitario suponen momentos de transformación y de despertar espiritual, pero también se han convertido en un cliché. 


En realidad, viajar sola no supone ningún logro, ya que la mayoría nos encontraremos deambulando solos en algún momento de nuestra vida. El autodescubrimiento en un viaje en solitario es posible, pero no más que en la vida cotidiana. Viajar sola es simplemente tu manera habitual de estar en el mundo, pero concentrada. 


Lo que sí es cierto es que cuando te alejas de tu entorno y de tu rutina experimentas momentos de abyecta normalidad de manera más intensa. En mi caso, no tuve ninguna epifanía, pero encontré una reconfortante novedad en los momentos mundanos como pedir un café, llegar de un punto a otro sin perderme y el increíble placer de un buen plato de pescaíto frito.

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