Este fin de semana he hecho varios planes con el mismo objetivo: ponerme al día con diferentes amigas. He compartido cervezas, cafés y comido tanta pizza y sushi que he temido que, en algún momento, la lluvia me cortara la digestión.
Ahora, por fin, tumbada en el sofá en el silencio de mi casa, pienso en el daño que hicieron series como Friends o Sexo en Nueva York, inculcándome en el error de que todo el mundo debía tener tener un grupo de amigos. Al menos, así pensaba yo que debía ser la amistad cuando era más joven: un equipo firme de tías que se reunía habitualmente para comer, cenar o beber. Mujeres que lo compartían todo entre ellas, pero con nadie más. Las protagonistas se relacionaban en grupo, sí, pero curiosamente nunca dejaban que otras formaran parte de él.
En mi caso, nunca he tenido un grupo grande de amigas, aunque las tengo de todos los ámbitos de mi vida: universidad, trabajo, festivales, deporte… Algunas se conocen y otras no. En ocasiones coinciden y, a pesar de sus diferencias, comparten anécdotas o se interesan por las de las otras. Y eso me gusta. No es una cuadrilla, que dirían en mi tierra, pero sí una red con mucho espacio para que todas aprendan, crezcan y se muevan en cualquier dirección que les lleve la vida. Llamadme temeraria, pero a mí saltar sin red siempre me ha funcionado mejor.
Escuchando: Cool Girls - Sylvan Paul