Después de tres días de festival, me pasé todo el domingo tumbada viendo vídeos de conciertos en redes sociales. Y no me arrepiento. Siempre me ha gustado salir.
A lo largo de mi vida he pasado por distintas fases de la fiesta: la del botellón, la de cerrar bares, la de ir a discotecas y hasta de afters. Pero a los cuarenta, salir varios días seguidos no es tan sencillo como antes, ya que necesito ocho horas de sueño y varios cafés para volver a unirme a la sociedad.
A pesar de eso, asumir el desgaste físico es más fácil que encajar el juicio de los demás escuchando comentarios como “yo ya no tengo edad”. Como si a medida que cumples años la diversión consistiera pedir comida a domicilio mientras te enchufas una serie. En mi caso, da igual que haga ejercicio regularmente, que tenga un trabajo estable, una vida social sólida y que sea mentalmente estable, cuando digo que salgo de fiesta me convierto en una díscola despreocupada y yonqui.
Es cierto que el alcohol y los excesos han estigmatizado la fiesta, sin embargo, no creo que haya droga más potente que la nostalgia, ni mayor chute para el cuerpo que el de ver al grupo de tu adolescencia tocando en directo. Eso sí engancha. Sin embargo, hay aficiones mejor vistas que otras, por ejemplo, correr maratones resulta más heroico que estar varios días de festival, cuando ambas requieren de una buena condición física. El senderismo, la cerámica o el pilates se consideran pasatiempos más adecuados. Y lo son, pero para la gente cansada de vivir.
No digo que salir te haga mejor persona, pero escapar un rato de la rutina ayuda. Es como si el tiempo se detuviera en un mundo donde todo es mejor. En el que no hay conexiones más auténticas con otros seres humanos que entre la multitud ni te quieros más sinceros que los de la pista de baile. La fiesta tiene que ver con quienes somos, con cómo nos expresamos y con liberarnos. La fiesta es necesaria y la mayor expresión de alegría colectiva de la edad adulta.
Desarrollar nuevos intereses, querer evolucionar o encontrar la plenitud son signos inequívocos de que vamos progresando, pero a algunas personas lo que nos guía es la música y las luces de un escenario. Al resto, os espero sentada en un bordillo comiéndome un kebab, despeinada, sudada y feliz.
Escuchando: Free yourself - Jessie Ware