Cuando era pequeña, mi madre me apuntó a tenis, a ballet, a natación y hasta a hípica. Nunca me aficioné a ninguno. Hasta que no empecé a trabajar y a ver los estragos que producía en mí una vida sedentaria, no me aficioné al deporte.
Durante años fui la reina del cardio, hacía spinning, triatlones y corría como si mi vida dependiera de ello. Una lesión me hizo abandonar todo eso y añadí las pesas y la fuerza a mis entrenamientos. No solo experimenté un cambio físico, sino también de mentalidad, pues mi objetivo ya no era alcanzar un peso concreto, sino estar fuerte para llegar a vieja sin hacer ruidos raros al sentarme.
El problema es que ahora, a las mujeres, ya no solo nos crea insatisfacción conseguir unas medidas concretas, sino también la cantidad de músculo en el cuerpo.
La reina Leticia, Paula Ordovás o Elsa Pataky son criticadas a menudo por aparecer demasiado fuertes y musculadas, curiosamente las mismas cualidades que se alaban en un hombre. Según dicen, eso no es femenino ni elegante, pero ¿lo que molesta son sus músculos, fruto del esfuerzo y la dedicación, o que las mujeres hayamos dejado de mostrarnos delicadas para hacerlo vigorosas?
La belleza es retorcida, pues se alaba el término medio. Tenemos que estar lo suficientemente tonificadas para no parecer flácidas, pero aparentar lo suficientemente naturales para que no se note que nos lo hemos trabajado. Lo mismo ocurre con los retoques. No podemos tener arrugas, pero cuando las corregimos, debe quedar lo más sutil posible.
Todavía hay mucha gente que piensa que los músculos están reñidos con la feminidad y la elegancia, pero para mí no hay nada más elegante que el esfuerzo.
Está claro que a la sociedad le gustan las mujeres fuertes, hasta que enseñan sus músculos y alzan la voz.