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Todos nos merecemos un capricho

«Tengo que reconocer que nunca me he considerado una mala persona, aunque admito que eso es precisamente lo que diría un asesino». Esta frase pertenece a mi lectura actual, “El secreto”, de Donna Tartt, pero me viene perfecta porque creo que no hay que ser buena persona para dar buenos consejos, solo hay que ser buena amiga. A esta conclusión llegué el otro día comiendo con dos de ellas.


No nos habíamos visto en una semana, por lo que el almuerzo sucedió atropellado, saltando de un tema a otro con preguntas como “¿debería abrirme Tinder?, ¿debería tener hijos aunque no quiera tenerlos?, ¿debería atracar un banco? o ¿debería darme más caprichos?”. Ninguna tenía la respuesta, lo único que podíamos hacer era apoyarnos y asentir, porque no éramos gurús, sino simplemente mujeres alrededor de una mesa compartiendo una bandeja de sushi y muchos problemas.


La última pregunta resonó en mi cabeza durante la vuelta a casa. No voy sobrada en lo económico, pero soy consciente del privilegio que supone ganar lo suficiente para pagar mi hipoteca, mis facturas y mi comida. Algunas veces consigo ahorrar algunos euros y los vuelvo a invertir en mí, aunque preguntándome si me estaré equivocando en gastar ese dinero extra.


El último regalo que me he dedicado han sido unos patines. No los he comprado para hacer ejercicio o por salud, sino simplemente por diversión. Si todo lo que hiciera estuviera enfocado a comer, dormir o vivir mejor, me moriría del aburrimiento. Y es que cada uno elegimos nuestros propios caprichos. Hay personas que prefieren gastar el dinero en comprar ropa de Shein y estoy de acuerdo en que es una basura en muchos sentidos, sin embargo, puedo entenderlo, porque, en un momento en que todo es tan caro, comprar ropa bonita es un capricho a un precio que nadie más puede igualar.


Creo que no hay que subestimar la importancia de los caprichos, somos humanos, respondemos ante estímulos sencillos: un poco de azúcar, de brillo, de afecto… No me gusta luchar contra mis deseos, ni mucho menos sentirme culpable por ellos, sino saborearlos como la parte deliciosa de la vida. Para mí cualquier placer es bienvenido y debe ser disfrutado por igual. Por eso, tengo una lista enorme de cosas en las que me apetece gastar el dinero: en un desayuno con té matcha, en unas entradas para un concierto, en un viaje o una marca cara de papel higiénico —el papel que hay en tu cuarto de baño dice mucho del tipo de persona que eres, ¿vale? —. Pero también tengo apuntados caprichos que no cuestan nada, como tener un viernes libre o leer al sol.


En mi opinión, los caprichos son necesarios porque nos instruyen en el arte del deleite y aprender a disfrutar de la vida es algo muy importante. Lo que todavía no he llegado a descubrir es si soy muy mala ahorrando o si simplemente me gusta llevar al límite mis ideales hedonistas. Quizá nunca lo descubra, y eso es lo más bonito de todo.

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